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domingo, 22 de julio de 2012

Otra vez, Andrés.

Escrito por: Victor Gusukuma.

Entonces decidí bajarme una estación antes y pasar un rato por casa de Andrés. Hacía ya cuatro días que no daba señales de vida, no atendía el celular, incluso en el trabajo estaban a punto de darle "kubi"(Despido).
Regresaba de Shibuya , tenía mi clásica mochila negra repleta , una casaca Harley Davidson que encontré a 70% de descuento y discos , muchos discos ; había pasado la tarde entera en Tower Records y estaba más que contento con todo lo que había encontrado , versiones inéditas, acústicos y algunos discos en español que me servirían para la "chambita" de los sábados por la noche .
Salí de la estación y caminé volviendo a marcar el número de Andrés una vez más en vano, compré un café helado en una máquina dispensadora que parecía abandonada, telarañas con mosquitos pegados en ellas la adornaban. Al llegar al edificio donde vivía mi amigo, subí las escaleras y oí unas voces, parecían extranjeras; al llegar al segundo piso me asomé y vi a dos mujeres, una sentada sobre un cooler azul y la otra arrodillada mirando a través de la rendija postal de la puerta de mi amigo.
-¡Andy! ¡Abre a porta Andy! A gente sabe que você está.- gritaba la arrodillada con la boca pegada a la rendija de la puerta.
- A janta está esfriando viu,hoje eu fiz "seco" pra você ! Abre a porta!!
-Chega , vamos embora - dijo la mujer sentada en el cooler azul que por la forma como hacía rebotar los pies parecía ser la más nerviosa .
- Culpa sua ! enjoo de nois por culpa sua ! - le increpó la otra.
Eran ellas, las vecinas de las que Andrés me había hablado.
La inoportuna alarma de mi teléfono tocó al ritmo de "the real slim shady" de Eminem , las vecinas voltearon a mirarme y no tuve más remedio que acercarme , el aroma a seco de carnero era increíble .
- ¡Hola! Soy Raúl amigo de Andrés- les dije mientras me acercaba.
- Hola, o tu amigo nao quiere abrir la porta, parece que está bravo - dijo María.
- e tamben borracho- añadió Cristina.
Me acerqué a mirar por la misma rendija de la puerta por donde María había estado espiando y sólo pude ver las luces de colores que se prendían y apagaban pero ningún rastro de mi amigo.
María y Cristina vivían en el 201 y 203 respectivamente en el mismo edificio donde vivía Andrés .Aparte de ser vecinas , amigas y concuñadas, compartían algo más en común , vivían secretamente enamoradas del vecino del 202, mi amigo Andrés, el loco , el androide, un peruano solterón ,cuarentón, que se había mudado hace apenas unas semanas y había encandilado a las señoras del edificio no con la pinta , sino con su carisma y relajada forma de ver la vida , el mundo y todo lo que en él existe.
Ambas sabían que sentían lo mismo por Andrés pero no hablaban de ello, ni siquiera sentían celos la una de la otra , al menos no lo demostraban ; se llevaban muy bien , se conocían desde chicas incluso habían estudiado juntas en Brasil .Además , Andrés las trataba de la misma forma, no hacía diferencias , por eso ambas estaban tranquilas .
Los esposos de María y Cristina, Gino y Giorgio eran mellizos. Ambos trabajaban juntos en una fábrica de auto partes y no conocían al vecino del 202 por trabajar en turnos contrarios; tampoco tenían idea de la amistad que sus esposas habían iniciado con él, sólo si habían notado por parte de ellas un cambio, un cierto "aperuanamiento" que les estaba afectando; en la comida por ejemplo, María había sorprendido a Gino preparando un día “causa de atún " y Cristina había hecho lo propio con Giorgio preparándole un delicioso "lomo saltado”. También notaron que sus mujeres habían cambiado radicalmente sus gustos musicales, dejando de oír bossa-nova, forrô y pagode , para ahora escuchar, cantar y hasta bailar la otrora para ellos insoportable "salsa ".
Un día Cristina le pidió a Giorgio , en medio de una candente batalla sexual , que le susurrara al oído palabras en español . Giorgio le comentó a Gino lo sucedido y este le dijo entre risas que María había hecho lo mismo días atrás, que no le de importancia y que tal vez se deba a las novelas mexicanas que ambas solían ver.
Lo cierto es que tanto María como Cristina adoraban a Andrés , sentían impulsos incontrolables de verlo cada vez que sus maridos se ausentaban; disfrutaban mucho de la compañía del peruano ,a tal punto que habían cesado los reproches y quejas con las que ambas arremetían contra sus maridos con bastante frecuencia , sobre todo cuando los hermanos simplemente desaparecían , campeonatos de Tekken, de drift, de futsal eran los motivos de ausencia más comunes que hacían enfurecer a las descuidadas esposas , hasta que Andrés llegó al edificio .
Andrés y yo éramos amigos pero no siempre fue así. Cuando llegué a Japón la primera vez, él ya vivía en el alojamiento de solteros que la compañía tenía para sus trabajadores extranjeros. El alojamiento estaba al máximo de su capacidad y esto generaba un clima bastante tenso. Las broncas eran pan de cada día; disputas por el uso de los baños, de las cocinas , por la limpieza y gente que vivía reclamando que se les perdían sus pertenencias y alimentos .
Por todos estos problemas varios de los muchachos que vivían allí no conversaban entre ellos y otros simplemente no hablaban con nadie; uno de ellos era Andrés.
Andrés Yamaguchi era un loco, excéntrico, inteligente, una enciclopedia andante; amante de la salsa y de la nueva trova cubana, fumador de Marlboro rojo y un trome con la guitarra. Era flaco, cejón y patillón.
Dicen que cuando llegó a Japón y por primera vez hizo uso del inodoro, al no encontrar papelera y por temor a que se atorase, salió con el papel higiénico que había usado bien doblado dentro de los bolsillos de su pantalón. También me contaron que una vez compró en una tienda de conveniencia ropa interior de colores tipo "bóxer " y pensando que era un short se lo puso y salió a pasear en tren con destino a la ciudad, ante la sorprendida mirada de los japoneses y la burla de los peruanos que habían reparado de su inocente error.
Nos tocó trabajar frente a frente y digamos que no le agradó mucho la idea de trabajar con un novato. Quería competir, correr y producir más que todos. Yo le entré al juego y me volví un duro contendor. Abastecíamos las prensas a toda velocidad y ganaba quien se sentaba primero y prendía el cigarro. Así nos la pasamos un mes completo, compitiendo, estresados sin cruzar ni una sola palabra, hasta que un día fumando el último cigarro de una larga jornada de doce horas le dije: "¿Un par?” (Referencia usada en Perú para ir a beber licor)
- "Yo invito"- respondió luego de unos segundos; ese fue el inicio de nuestra amistad.
Ese día fuimos al seven eleven, él tomó shōchū(Licor japonés) y yo una Asahi black (Cerveza).
Me contó que estaba pensando en mudarse, que no soportaba vivir con tanta gente y mucho menos dormir en el mismo cuarto con tres tipos más. Ya había averiguado donde, sólo que era alejado de la fábrica, a una hora en bicicleta para ser exactos, eso lo desanimaba.
A partir de ese día se nos hizo parte de la rutina ir al seven a comprar nuestros obentos(envase de comida para llevar) y tomarnos algo. Me di cuenta que el loco no era tan loco, en todo caso era un loco bueno. A pesar que me doblaba la edad, parecía estar hablando siempre con alguien de mi generación; éramos en el fondo muy parecidos, soñadores, utópicos, perfeccionistas y maniáticos. -"¿Tú qué haces acá? - "Deberías estar chancando (leyendo, estudiando) libros en alguna universidad en Perú”- Solía decirme cuando nos encontrábamos.
Semanas después Andrés concretó su plan , le enviaron un Brevete internacional desde Perú y se compró un Honda Civic negro ;se mudó a vivir solo como quería y decoró su apato(departamento) estilo discoteca; había conseguido luces psicodélicas en miniatura en una tienda de chucherías , incluso tenía la bola de espejos . Tenía un proyector de video, los sofás eran de cuero rojo y las alfombras negras. Tenía un bar bien surtido y copas para cada tipo de trago. No entendía bien por qué mi amigo deseaba vivir en un lugar así, pero él parecía estar tranquilo y sobre todo feliz.
Después de unas semanas me contó lo de sus vecinas y de cómo la vida se le había facilitado desde que ellas entraron en su vida. Le advertí que podría estar jugando con fuego, con el tiempo Andrés me daría la razón.
Con el tiempo la amistad con sus vecinas estaba escapando de control; ya no era tan divertido verlas, ni cenar juntos, ni cantar Karaoke, ni conversar, al menos por parte de él. Lo que al principio eran espontáneos encuentros de tres amigos, esta especie de triunvirato donde la idea de gobernar entre todos sus propias carencias afectivas había dado resultado, hasta que los incontrolables sentimientos mutaron y adquirieron ese aspecto inaceptable para las almas solitarias llamado dependencia. Las absorbentes vecinas pasaban cada vez más tiempo en el depa de las luces psicodélicas y Andrés que había huido del alojamiento por falta de espacio otra vez se estaba sintiendo ahogado y abrumado.
Y es exactamente lo que ocurrió esa noche mientras estábamos María , Cristina y yo improvisando un cooler como mesa ,disfrutando del seco de carnero y bebiendo Guaraná sentados en el piso frente al departamento 202 ; Andrés había escapado por la ventana con la firme decisión de no ver nunca más a sus vecinas .
Llegó un mail a mi móvil que decía: " Te espero en la estación”. Era Andrés.
Me disculpé con las vecinas, cogí mi mochila y me fui presuroso a la estación, mientras ellas seguían discutiendo sobre quién tendría la culpa del enojo del vecino del 202.
Al llegar a la estación encontré a mi amigo sentado en una banca, en una mano su celular y en la otra una lata de cerveza Kirin ichiban shibori .
Lucía tranquilo, estaba en buzo y zapatillas, traía al igual que yo una mochila negra.
-Habla Androide, ¿a dónde te vas ah? -le dije en son de broma.
- Me voy a Miami, me voy de Japón para siempre - me dijo mientras apretaba con las manos la lata de cerveza ya vacía.
-¡Habla bien! ¿En serio? ¡Suena bacán! - añadí aún asombrado.
- Hay algo que no te he contado, hace unos días gané un buen premio en la lotería, lo suficiente como para empezar de cero en otro lado, eso haré. - dicho esto, sacó de su mochila una pequeña bolsa y me la dio - suerte Raulito, nunca te olvides de tu amigo el loco Andrés, el loco bueno - Y se fue en el tren que salía en ese momento rumbo a Tokio.
Yo hice lo mismo pero en sentido contrario, rumbo a casa.
Más tarde echado en mi cama escuchando algunos de mis discos nuevos, cogí la bolsa que Andrés me había dado; tenía un par de onigiris , un chocolate Snickers, unos chicles y una cajetilla de Marlboro . Decidí prender uno y grande fue mi sorpresa, al abrir la cajetilla habían dentro trescientos mil yenes y una pequeña nota que decía: "¿Qué haces aquí? Deberías estar chancando libros en alguna universidad en Perú y también es hora de que pares de fumar. Gracias por todo, tu amigo Androide.