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jueves, 3 de mayo de 2012

UNA TARDE EN EL HIPODROMO.

Por: Shigueru Sakuda.
Desde pequeño mi familia solía llevarme al Hipódromo de Monterrico en Lima, Perú y como no sabía ni podía apostar por ser menor de edad me dedicaba a pasear por todo el recinto, viendo a los finos potros de más de 400 kilos de peso, escuchando a los viejos aficionados sus comentarios y haciéndome amigo de los jockeys quienes me contaban sus estrategias para la carrera según el caballo al que iban a montar ya sea ligero, de medio lote o atropellador.
Así fue como me adentre en el fascinante mundo de la hípica en donde todo no es apostar y con singulares dramas y vivencias ya sea por la lucha por conservar el peso o cuando los bajan de la montura de un prometedor pura sangre por preferir el dueño a un jinete con experiencia, preparadores que armaban sus estrategias que en plena carrera se iban a bajo por una mala salida o por quedar encerrado en las tablas y que producía el renegar de los aficionados que apostaron por ese caballo.
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Las caballerizas y sus vistosas casaquillas con los cuales era posible seguir el desempeño de sus dirigidos a través de los prismáticos en donde los metros finales son de total emoción para algunos y de frustración para otros pero vividos con sentimientos agitados por todos siendo estruendosa la tribuna, la llegada a la meta.
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De adulto deje esta afición por prioridades de la vida misma y ahora último, después de un estresante año con producción al tope e innumerables sismos amigos japoneses me comentaban de que el sábado pasado había carreras en el hipódromo de Tokio, un sitio diferente y una vieja afición me decidió a ir.
El Hipódromo de Tokio queda en la estación de tren de Fuchu honmachi y realmente es esplendoroso, muchos japoneses van con la familia entera ya que hay muchas atracciones para los niños, un museo en donde conocer la historia de la hípica y los grandes campeones, un pequeño jardín japonés, centro ecuestre para dar un paseo corto a caballo.
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Luego de un par de tentativas de apostar al azar junte dos viejas aficiones el de ver las carreras y la fotografía, sin la presión de lo apostado volvía a gozar viendo a los equinos en su paseo por el paddock, dirigiendo al partidor, la salida, el tramite y los fascinantes últimos 400 metros donde jinete y caballo dan todo su esfuerzo por llegar primero a la meta en medio de un ensordecedor griterío de la tribuna.
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