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domingo, 30 de enero de 2011

LAS ISLAS DE LOS UROS, LAGO TITICACA,PUNO (Día 1/3)

A 6 km. del puerto lacustre de Puno, se encuentra el archipiélago flotante de los Uros,  una de  las tantas islas que se encuentran en el lago navegable más alto del mundo, el Titicaca, a 3810 m.s.n.m. Y digo de las tantas, porque no se sabe con exactitud cuántas existen y si están o no habitadas. Muchas de ellas son abandonadas por los habitantes, según la demanda turística o movimiento migratorio de las familias, que en algunos casos se trasladan a la capital en busca de bienestar económico. Según el guía, que solo hablaba español e inglés para oídos de japoneses, alemanes y europeos y otros que nunca se supo de donde provenían, los Uros son los descendientes más antiguos de América y vivieron en un comienzo en tierra firme y luego fueron desplazados por los incas. En la actualidad, su sostén económico y diario es  la pesca (el pez gato, la trucha y pejerrey), la caza de aves silvestres y los tejidos que ellos conciben a base de costumbres isleñas o vivencias, que luego son vendidos a los turistas. Ellos manejan el aymara, español y quechua.





Kamisaraki,kamisaraki(hola), eran las primeras palabras que expulsamos a los isleños, después de quedar enmudecidos por la belleza del lago y las nubes, por ratos febriles, que regalaban pinceladas de distintos matices que retrataban un cielo cada vez más majestuoso, y que ofrecían armonía entre los foráneos . Cuando descendimos de la embarcación, nos recibieron entre sonrisas y canturreadas. Luego nos cantaron una canción popular que fue traducida en quechua, español, inglés y otro idioma más, que no logre descifrarlo. Todos nos quedamos asombrados por este último detalle.







Posteriormente los ureños gentilmente nos llevaron a sus pequeñas viviendas, fabricadas íntegramente de totora (planta de forma alargada que crece en lagos y zonas pantanosas) y nos mostraban su interior austero que me hacia imaginar  en cómo podían combatir el frío en los meses de bajas temperaturas. Con muchas mantas, señor- me decía la paisana con su abultada falda y comiendo la raíz blanca de la totora que minutos antes nos invitaron y tenía sabor semejante a la lechuga. Cuando le pregunte por qué no chacchaba coca en vez de las raíces de la totora que reiterativamente consumía, me dijo que la coca solo la consumen las personas que trabajan, por ello, no consumía la planta milenaria. Minutos más tarde, se escuchaba un sonido inarticulado que se acercaba a las orillas de la isla y al virar, observé una tienda o minimarket flotante, obrada de totora y un estridente motor que cada vez se intensificaba conforme se aproximaba a la ínsula. En su interior había una surtida variedad de alimentos, bebidas, tarjetas prepago para celulares mobiles e inclusive, un teléfono fijo inalámbrico, ejemplificando un teléfono público de esos que se encuentran en cualquier calle.







Las islas, que varían de tamaño según la cantidad de habitantes que fluctúan entre los 20 a 25 hasta 60 habitantes, son fabricadas por los mismos pobladores a base también de totora. Al terminar la superficie de totora, sus extremos tienen que estar unidos por sogas y estacas, donde éstas últimas terminan incrustadas en el fondo del lago Titicaca, con el fin de que las islas se mantengan estáticas y no se desplacen como simples balsas hacia otra zonas. Cada dos o tres meses, se echa totora fresca encima de la pasada, para restaurar la superficie que es dañada por las lluvias y el movimiento de los lugareños.

Además, me decía la paisana, con su piel dura y rojiza quemada por el frío y sol, que la totora es como una planta enviada por los dioses, porque con ella fabrican sus islas, embarcaciones para pescar, las casitas, lo usan como alimento y también como leña o combustible para la cocina.
Los visitantes son recibidos libremente sin sustentar algún ingreso obligatorio a la isla, pero por agradecimiento, siempre las personas regalan lapiceros, enseres o abarrotes para las familias, que por ser costoso traer comida de la ciudad, prefieren alimentarse de lo que la naturaleza voluntariamente les puede donar.   






Minutos más tarde, nos dirigimos a la isla Amantani, que será la segunda parte de éste relato sobre mí recorrido a tres islas puneñas: Uros, Amantani y Taquile.

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