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viernes, 28 de enero de 2011

EL VERDADERO AFICIONADO FUTBOLISTICO

Por: Iván Ballón Carranza


Advertencia: Se prohibe hacer la comparación con mi padre
….Dedicado a un gringo de ojos verdes, cabellos de plata y un gran corazón …

De niño conocí a un verdadero aficionado al fútbol. En el Perú se les llama “Hinchas”. El es aún “Hincha” eterno del “Alianza Lima” y sobre todo de la célebre, indefensa, triste, soñadora y aún llena de esperanza selección Peruana de fútbol. Este “Hincha” me enseñó lo que puede ser la pasión por un equipo deportivo. De él aprendí que cuando jugaba el equipo de sus amores, la vieja televisión con imágen en blanco y negro era el único artefacto que podía generar sonido en toda la casa. No había persona ajena, vecino, santo, familiar cercano, esposa, hijos, hijas, perro, madre, cuñada ni amante (según las malas lenguas) que lo podía perturbar. Ni Doña Macuca, que era una vecina que gozaba de una defensa floja, un experimentado medio campo y una delantera más efectiva, peligrosa y dinámica que la de la selección Peruana de fútbol, logró apartarle los verdes ojos de aquel viejo aparato. Cada vez que se distorsionaba la imágen, el “Hincha” se subía hasta el techo de la casa a mover la antena en todas las direcciones y preguntaba a gritos si la imágen ya se había corregido y no se veían a los jugadores desfigurados o con cuerpos elásticos de un lado a otro de la pantalla. Nosotros contestábamos bien serios puras contradicciones para que se quede más tiempo en la azotea, pero con una sonrisa de oreja a oreja, sin pensar que esas bromas llevaban su sangre casi al punto cocción.

Nuevamente frente a la televisión, cuando la divina providencia hacia que la antena se mueva y la imágen se distorsionara, el “Hincha” se levantaba a darles los acostumbrados porrazos al pobre aparato no sin antes haber vociferado un alarmante y bién pronunciado “carajo”. A veces me parecía dentro de mi fantasía que cuando el “Hincha” se levantaba de su trono y preparaba el puño para corregir la imágen, el aparato levantaba los brazos suplicando piedad.

Cuando el equipo de sus amores perdía o la delantera se perdía oportunidades de gol o no era capaz siquiera de meterle un gol al arco iris y sin arquero, el “Hincha” nos daba clases de baile bernacular Andino. En los Andes del Perú se baila zapateando descalzo.  El “Hincha” zapateaba de la cólera y bailaba sin pareja  y sin vestimenta tradicional por toda la casa, los cimientos de la casa temblaban, su blanca piel se tornaba verde, pasaba a rojo y amarillo para luego terminar de color morado. Eso sin hablar del humo que le salían de las orejas y el fuego de los ojos. El televisor aceptaba indefenso una serie de improperios a parte de los golpes que había recibido los 90 minutos del partido. Naturalmente que el resto del día era dedicado a culpar al árbitro, al entrenador, a los jugadores, al gobierno, a los militares, al maldito televisor, a la iglesia, a la crisis económica, al santísimo Señor de los Milagros (que parece que no escuchó ni nunca escucha las súplicas de los hinchas peruanos), al almuerzo, a los vecinos (a excepción de la siempre amable, sonriente y decente Doña Macuca que siempre lo saludaba flameando su largas pestañas), a la virgen de Guadalupe (que aunque tiene dirección postal en México, igual tenía la culpa), a los derechistas, a los izquierdistas e incluso a sus propios hijos que hicieron bulla durante el partido.

Ahora que estuve en el Perú, le pregunté qué era eso de las “barras bravas” que en mi época no existían. El “Hincha” me contestó indignado que eran unos falsos “hinchas”, son “delicuentes” (siempre se negó a decir deliNcuentes) llenos de cólera que solo gritan y destrozan lo que encuentran a su paso cada vez que pierde su equipo. No recuerdo lo que yo estaba bebiendo en ese momento, pero al escuchar eso me atoré y me dió hipo.

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