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jueves, 30 de diciembre de 2010

AÑO NUEVO

POR MIMI LOU MEI

Cuando leí el artículo de Sony acerca de las costumbres, creencias y tradiciones que se realizan a las 12 de la media noche en Año Nuevo, no pude evitar el recordar miles de experiencias pasadas. Junto a familiares o amigos, recuerdo haber compartido muchas de estas tradiciones. También recuerdo que algunas de esas tradiciones no fueron necesariamente compartidas, sino más bien, hmm… ¿Cómo decirlo correctamente…? Creo que la expresión adecuada es fui la víctima de algunas de estas tradiciones.

Si creen que suena un poco raro, les explico: la historia empieza cuando yo era muy niña, tal vez 7 u 8 años. Una tía muy querida, por diferentes circunstancias, andaba aun soltera aunque ya andaba cerca de los 30. Hoy en día no suena extraño el oír algo así; sin embargo, por aquel entonces las personas muy bien intencionadas solían decirle que ya debía buscar pareja y casarse. En el afán de darle una “ayudadita” recurrían a mil y una supersticiones. No recuerdo exactamente quien le dijo a mi mama que para que su hermana se casase, a las 12 en punto, cuando el año viejo terminaba y el nuevo empezaba, algún hombre de la familia debía cargar a la tía en cuestión y los demás debíamos tirarle arroz y gritar “felicidad, felicidad.”

Como se podrán imaginar, mi mamá termino por convencer a mi papa que él era el adecuado para llevar a cabo dicha hazaña. Aunque mi papá no era un hombre especialmente fuerte o musculoso, no vimos ningún problema en el asunto, pues la tía a Dios gracias era flaquita. Ese año, todos esperábamos la medianoche con ansias. Queríamos poner en práctica dicha tradición. Todos los presentes éramos cómplices y caminábamos alrededor de la casa con los bolsillos llenos de arroz. El plan hubiese salido a las mil maravillas de no haber sido porque mi papá, al oír las doce campanadas, fue de frente a tratar de cargar a la tía, la cual en su sorpresa y desconcierto, pensó que mi papa no estaba tratando de cargarla sino más bien que se había resbalado y se estaba cayendo. Tratando de evitar que mi papa se “caiga” hizo algún movimiento extraño e inesperado mientras mi pobre padre trataba de cargarla. Total, ambos terminaron cayéndose juntos, y el arroz se quedó en nuestros bolsillos, pues más era el susto de verlos a los dos en el piso y la preocupación por tratar de levantarlos. Obviamente tuvimos que explicarle porque había pasado lo que paso y que todo había sido con buenas intenciones. Algún tiempo después, mi tía llego a casarse y todo el asunto quedo en el olvido. O al menos así lo creí.

El que mi tía tenía mejor memoria de la que yo pensaba se empezó a hacer evidente cuando cumplí los 24 y aun no tenía novio. Fue ese año cuando mi tía empezó su campaña, no se si bien intencionada o de venganza, de realizar cuanta tradición llegaba a sus oídos para que me emparejase y casase. El primer año no fue tan malo. Primero me regaló una plantita a la que llaman plantita de la felicidad. No recuerdo cual es el nombre científico, pero es un tronquito al que apenas le brotan unas pocas hojas. Aunque no soy particularmente amante de las plantas, sabía que todo era con buenas intenciones. El año siguiente me trajo dos cerezas de mazapán, y mientras todos se abrazaban a las doce, a mí me toco comer las dichosas cerezas. Como su segundo intento no dio resultado, mi tía decidió usar las armas pesadas: el arroz. Ese año nuevo me tiro arroz mientras yo trataba de abrazarla, y aunque me sorprendí un poco, me alegre de que al menos tuviera el sentido común de no tratar de que alguien me cargase. Si mi papa se cayó con ella que era flaquita, no quiero ni pensar que hubiese pasado conmigo que le llevaba varios kilos de ventaja. Y aun así, yo seguía solterita y sin compromiso.

Si han venido sacando la cuenta conmigo, habían pasado ya tres años y sus tácticas no daban resultados. A estas alturas no era solo esa tía, sino todas las tías bien intencionadas de la familia las que trataban de ponerme en vitrina como pan que no se vende. No me acuerdo quien hizo que, pero sí que ese año me volvieron a regalar otra plantita de la felicidad (la primera hacía ya buen tiempo que se había secado). Me regalaron calzón amarillo para la felicidad, y alguien más me dio uno rojo que supuestamente ayudaba a conseguir pareja. No se imaginan lo incomodo que es pasar la media noche usando doble calzón… ¿Y qué de especial hizo la famosa tía? Pues a las doce en punto me tiro medio vaso de agua en la cara. (Felizmente fue solo el agua, no el vaso…) No sé si alguien le dijo que lo haga, o simplemente era su venganza porque ninguna de las otras tres tradiciones le dio resultado, pero definitivamente esa sí que no me la esperaba y terminé por asustarme.

Ese fue el último año nuevo que pase con ella. A principios de ese mismo año me fui a vivir a Okinawa y el siguiente año estuvimos lejos la una de la otra. Sin embargo, poco después de haber llegado a Okinawa conocí a quien actualmente es mi esposo, y aunque nadie me hizo nada extraño en la siguiente celebración, igual termine por casarme.

Ahora bien, aunque me pareció divertido compartir estas historias con ustedes como muestra de las muchas supersticiones que se pueden llevar a cabo en año nuevo cuando se intenta emparejar a alguien, de verdad que no les recomiendo que las pongan en práctica. Año tras año me hicieron todo lo que les he contado sin resultado alguno. Aunque ahora que lo pienso lo único en común entre mi tía y yo antes de casarnos, fue el que ambas nos pegamos un gran susto: ella cayéndose al piso con mi papa, y yo con la cara mojada… hmm… de repente ese es el gran truco… asustar a la persona que queremos que se case… Ojala y mi sobrina no se case demasiado joven, así puedo poner en práctica esta teoría y continuar con la “tradición familiar.”

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