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sábado, 11 de diciembre de 2010

JAMAICA ITS NO PROBLEM

POR DANIEL ESTEVES
El vuelo de Lima a Jamaica fue interrumpido por una escala en Panamá. Cuando salí del avión y cruce toda la manga que conectaba el avión con el aeropuerto, pude divisar en el umbral de la entrada, muy al fondo, que por los pasillos pasaba un individuo custodiado de policías y con marrocas y detrás periodistas que lo seguían. Nunca supe quién era. Minutos más tarde, primera vez en mi vida que me sacaban rayos X. Tres policías con un perro drogadicto, me llevaron a un cuarto que decía narcóticos y me sacaron una radiografía a mi estómago. Minutos después, me pidieron disculpas y me condujeron al mismo lugar que estaba. Luego, escuché que la salida de mi vuelo se efectuaba en minutos. En hora y media pisaría Jamaica.


Antes de llegar a Jamaica, era consciente que la capital había sido declarada en estado de emergencia, a raíz del apoyo colectivo que se hizo notar con incendios y ataques a comisarías y policías, para evitar la extradición a los Estados Unidos del narcotraficante Christopher "Dudus" Coke. Pero, no vi ningún disturbio, me comentaron que todo el alboroto era en barrios marginales.


Jamaica significa “Isla de agua y madera”, tiene una extensión de 240 Km de largo y 80 de ancho y fue colonia británica hasta 1962. La capital es Kingston, la moneda es el dólar jamaiquino y sus héroes nacionales son siete: Nanny of the Maroons, Samuel Sharpe, entre otros que nunca los había escuchado y me da pereza mencionarlos.

Llegue a Kingston y comenzó los inconvenientes con la lengua oficial que es el inglés. En el aeropuerto, nadie hablaba español y el inglés que sabía, era y es súper básico -de primaria-, y de improviso hacía muecas y movimientos de manos, para que me comprendan y comprender lo que me decían. Llené mis datos y una chica me observaba. Me habló y suspiré. Hablaba muy poco español. Me sonreía y me sentí más aliviado. No sé qué le decía a su amiga, que se sonreían. Salí y dije, mierda, donde tengo qué estar, para que me recojan. Esperé que me recogieran y nada. No veía ningún teléfono. Llamé a Lima, para que llamen a la isla y avisen que estaba parado achicharrándome con los 30°C que se registraban ese día. Compré una Sprite que daba la sensación de tomar agua con azúcar y un poco de gas. Totalmente diferente con la Spriet de Lima. Al rato, vi a alguien que miraba por todos lados y su cabeza se movía apresuradamente y le dije: yo soy el peruano. Entendió solo la palabra Perú… Subí y le dije que ponga reggae.



Estaba a tres horas del hotel, y el camino era sinuoso, frondoso, lleno de vegetación y se encontraba gente que vendía frutas, como el mango y ackee, además de enseres. Sacaba la cabeza a cada rato por la ventana y la gente saludaba. No había tráfico como en Lima, tampoco un ejército de bocinas que disputan cual suena más estruendosa pero si hartos baches por los suburbios pobres, donde la gente jugaba baseball con largas tablas de maderas y pelotas de trapo, afuera de sus casas que estaban formadas en su mayoria de sobrantes de tela, calaminas, cartón y madera. Por el camino, muros abandonados abarrotada de carteles de conciertos reggae y los llamado Green Partys. Pero se sentía mucha energía y el individuo del auto me hablaba y yo no entendía. Horas más tarde, se comenzaba a divisar una piscina oceánica, de grandes dimensiones, tan diáfana como en las fotos.



Llegué al hotel, nadie hablaba español solo una persona que para frescura, el administrador me dijo que hablara mucho con él, para que practicara más su español y me dió ganas de decir que fui de vacaciones a huevear y no para dar clases de español ad honorem, y que a la justa se inglés, pero el tipo lo dijo con buena onda y me retuve.



A los siguientes días, nos dirigimos con un grupo de turistas españoles y estadounidenses a la casa de Bob Marley en Nine Milles. No soy un gran amante de la música de Bob, pero estaba animado de conocer su casa y proceder.El guía tenía una gran cabellera con los típicos dreads pero que daba la sensación de tener un pulpo en su cabeza por el gorro que le cubría. Tenía ojos y mirada laxante, su dicción era lenta, slow y parecía que hubiera nacido riendo y no llorando. Yo por joder le decía marihuana y el se reía. El tipo decía que era rastafari, que fumaba marihuana pero no cuando trabajaba porque respetaba su labor de guía turístico y seria una falta de respeto hacerlo en nuestra presencia porque iría contra los cánones de la empresa, dijo que cuando trabajaba, ingería té que no eran de esos los llamado McCollins de color medio marrón negruzco que son tan deliciosos, sino era un té verde de marihuana mezclado con mejunje o qué sé yo. Algunos turistas vieron ávidamente esa botellita que contenía dosis de hilaridad y uno de ellos se atrevió a comprar. Minutos más tarde, estaba medio “achinado” el gringo e injustificadamente se reía.


Camino a Nine Milles, se puede observar la pobreza que reina en las calles pero la gente siempre sonriente y relajada en sus movimientos, y las infaltables mujeres vendiendo frutas y otros vendiendo perfumes caseros o discos de música reggae que ofrecían a veces insistentemente. Durante todo mi recorrido, no vi a ningún jamaiquino consumir aquella planta sagrada, como lo denominan los rastas. En Jamaica, todo no es marihuana como está estigmatizada por todo el mundo y además, está prohibido y sus leyes son estrictas con los consumidores, pero si se usa en algunos casos particulares con fines terapéuticos. Quien es encontrado consumiéndola, es detenido un día y llevado ante un juez para rendir sus descargos, y mayormente es liberado, pero si es reincidente, el juez le puede declarar 2 años de cárcel. Según una jamaiquina, decía que los que tienen más problemas son los rastafaris y los turistas, porque estos últimos piensan que es un país legalizado.


Antes de entrar a la casa de Bob Marley, había una gran cantidad de lugareños,en su mayoria niños que vendían marihuana, cakes o postres de la misma planta; y otros, de figura esmirriada, piden dinero o algún tipo de alimento o liquido que el turista tenga en la mano. Como me dijeron, la gente quiere vender hasta lo que no tiene, ellos se van contentos con un par de dólares. Al entrar a la casa, nos dirigimos a la habitación de Bob pero no se podía tomar fotos. En algunas zonas, había cámaras de vigilancia pero igual lo hice pero muy discretamente. En su habitación, según el guía, veíamos su cama, diván y una guitarra con la que componía sus canciones, mientras que en el exterior había personas que comenzaban a prender esos cigarros que incitan a reírse y otros que no lo hacían, no se quejaban pero disfrutaban ver como se reían de cosas intrascendentes.








Luego de estar en la habitación de Bob, a pocos metros se encuentra su mausoleo. Para ingresar, todos tienen que entrar descalzo. Te conceden dar una vuelta a su tumba y en ella, se encuentran velas, fotos y objetos que le dejan con carácter de magnificar su imagen, su recuerdo, y se torna como un ritual. El mausoleo tiene varios metros de altura porque tiene varias capas, y entre ellas, hay mármol del país que fue y es muy conocido y admirado, Etiopia. Fuera del mausoleo, hay un par de pequeños jardines y en uno de ellos está trazado su nombre con piedras.



Si se quiere comprar souvenir, ropa o artesanía, es recomendable ir al Downtown Ocho Ríos, donde se encuentra de todo: gorros, mochilas, tallados en madera, ropa, discos, etc. Lo que me recomendaron, es que pidiera siempre descuento y salió a cuenta, porque llegaron a rebajarme hasta el 50% del valor inicial. Lo incomodo del lugar, es que son insistentes en venderte un producto que hayas preguntado por el precio o dirigido tus mirada, pero luego las compras terminan satisfactoriamente porque hay para todos los bolsillos. No faltan las grandiosas pinturas y telares representativos de la isla que son muy bien elaboradas y a un bajo costo.




Los últimos días, finalizaron contemplando la fina arena blanca y el mar diáfano. A lo lejos, se divisaba caribeñas con cuerpos tostados y dientes niveos, vendiendo pareos para damas y otras, sus miradas se perdían contemplando el mar infinito. Al otro lado, cuerpos desteñidos buscando color, se posaban ante el astro que los miraba con rudeza que atravesaba palmeras y esbozaba sombras en movimiento muy placidas, que terminaban dibujadas en la arena. El viento susurrante y fresco vaticinaba el final del día y el sol iniciaba su caída lentamente hasta esconderse en el mar. Los foráneos aprovechaban la escena para llenar de ósculos amorosos a sus parejas o a sus amantes en solícito formadas durante su estadía en la isla. Otros, quedaban dormidos, sin darse cuenta que sus cuerpos se tornaban de color camarón por el sol penetrante. Yo solo deseaba que no desapareciera ese momento libérrimo que vivía. Después de estar en una ciudad gris por tantos años llena de smoke, no deseaba irme de esa paradisiaca playa llena de frescor y armonía, llena de lo que dicen todos los jamaiquinos cuando uno pisa su país: Jamaica, its no problem.

Puede encontar mas del autor en su blog.

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